miércoles, 3 de agosto de 2011

Marbella Tocina II, por Whitestreak




¿Me prestas un Sentimiento?

Ay, ay, ay, ay…

Aquella humana… decepcionaba a Barbati. Con las patas peludas abiertas, el ano escupía una calva rosa. Barbati, espada en mano, juraba y juraba entre gemidos que si el niño no nacía sano mataría a la madre, a los abuelos, a la comadrona, y se los comería delante del pueblo, y cagaría en las rodillas de lord Mariano Moroso, y la paz del rey imperaría entonces entre la casa Barbati y la corona real. La joven gritaba, gemía, a cada centímetro de cuerpecito que se deslizaba entre sus piernas. La joven no había dilatado lo suficiente. Nadie dilataba nunca lo suficiente cuando tenía que sacar un cerdo por el ojete.

Barbati observaba el milagro, con un antinatural brillo en los ojos. Empezó a gemir como el gorrino que era. Al principio muy bajito. Luego ascendió el tono. Ascendió más. Tiró el mandoble al suelo y se agarró por las patas de la cama, levantando la pelvis y gritando chillidos de puerco malnacido. Los ojos se le ennegrecían, el morro le moqueaba hasta las pelotillas, y él seguía marraneando como nunca antes. Aquella era su forma de demostrar su felicidad. Felicidad por su nuevo hijo.

Se escuchó, al instante, un tapón abrirse. Una bola de carne sanguinolenta y olorosa a búfalo podrido de gusanos chocó contra la pared de madera de aquella pequeña casa. La bola era un minúsculo cerdito, enganchado a sus propias patitas. Tenía una brecha en el craneo, y sangraba demasiado. Gemía inaudible, abriendo y cerrando la boca.

-El Cuervo sus lleve.

Fue lo único que dijo. Empezó a llorar y a vomitar la placenta anal de su madre, entre eructos bezerrescos. Barbati había muerto a su lado: Tieso como una loncha de queso pasado, se había cagado delante de la cama. Su expresión indicaba que había muerto feliz. Más feliz de lo que vivió. La comadrona, Tata Pestaña, la meiga galeiga, dio unos golpes en el suelo. De debajo de las mantas ensangrentadas salió Ceirume.

-Ay máma, ay, máma, máma, máma, máma, ay máma, la caca de los oidicos, la caquica de las orejicas máma, qué fina y sabrosa.

Tata Pestaña le golpeó en la cabeza. Ceirume sonrió y cogió al cerdo. Lo abrió, crujiendo varios huesos y reventándole órganos internos. Tata Pestaña lo examinó con cuidado y negó con la cabeza. Era un feto. Y por ello era indigno. No debía haber nacido. Lo que Tata Pestaña ignoraba, o parecía haber olvidado, es que de la boquita rojiza del cerdete había escapado una pequeña maldición. Una maldición dicha, con toda la valía, por algo que no debía haber nacido. Cuando se dio cuenta, se le afilaron los bigotes. Los del morro y los del coño.

-Ay, maledicto el bichajo -dijo en su peculiar acento gallego-, se le arranque la pielesica a tiras y le hagan beicon con ella y lo coman los huerfanillos con airecico en el vientre -siguió, acariciando los mofletes sonrojados de Ceirume-, ahí le salgan gusanos de dentro la carne y los huesos quebrósenle como columna de hielo. Título jerarquizado. Ay.

Ceirume miró a su madre con cara de payaso. Lo que era, básicamente.

-Ay, Tata Pestaña, roñosa máma, que eres muy mala, muy mala y no me disís mi padre cuál era; el indio o el francés, que te jincaste a toa la Galia y no me revelas mis orígenes, máma Pestaña, máma Pestaña, que el hocico te huele a castaña.

Tata Pestaña, ofendida por los conocimientos de su hijo sobre sus puteríos pasados, abandonó aquella casa. La madre del feto, moribunda, tarareaba una extraña canción. Solo quedaba Ceirume, que cogió al pequeño feto cerdil, con una expresión de asco y curiosidad. Ceirume sonrió de forma estúpida, cogiéndose un pegote de ‘caca de orejica’ y restregándoselo al feto por la boca. Sintió cómo su lengua mordida, doblada y húmeda rebañaba el cerumen y sus ojos se arquearon con gusto. Ceirume parpadeó sorprendido, salió al balcón de aquella casa y sostuvo al feto con los dos brazos. Un atardecer brutal coronaba la escena.

-Has despertado en mí sentimientos muy hermosos… te voy a llamar Sentimiento.

Allí estaba Sentimiento. Tenia la espalda doblada, los ojos en blanco, una burbuja en el morro, una costra sanguinolenta y la piel casi transparente, con las venas marcadas a fuego. Realmente era un jodido feto; no se había desarrollado lo suficiente, pero por algún milagro había sobrevivido. Estaba sentado en un pequeño cojín rojo con bordados dorados, sostenido por Ceirume. Se encontraban frente al obeso Mariano, que con la cara congestionada y los ojos medianamente cerrados, miraba a Sentimiento con asco.

-¿Pero esto qué es? Por Dió, ¿qué habéi’ hesho? ¿A qué venía ‘eto? ¿Pa qué ha sío creao? Pero si éto é un pecao, ¡éto é un pecao vergonzoso pa la Virgen!

Ceirume, ofendido, observó al heliocéntrico rey y respondió.

-Es el hijo del fallecido Barbati, lord chorizonio. Su nombre es Sentimiento y tiene derecho al condado de Chachipurri.

Mariano observó a ambos seres, y escupió en el suelo. Lamentablemente el escupitajo acabó en su pecho izquierdo, y creo en su colosal pezón un pequeño lago de saliva y mocos.

-¡Pues bueno! Dile a tu madre, la Castaña esa de mierda, que le ofrezca las llaves del castillo de ese jodido lugar.

Mariano no tenía ganas de pensar aquello. Regalaba títulos y privilegios con tal de que le dejaran rascarse los cojoncios en paz. Por toda la cara emergió un anaranjado suricato llamado Ligamentoso.

-Dicen que un tal Ford ha inventado la cadena de montaje -informó.

Sentimiento, pues, ya estaba muy lejos.  El condado de Chachipurri nadie sabía dónde encontrarlo. La Tata Pestaña estaba dolida con Ceirume por su decisión de cuidar de aquel ser de nacimiento incompleto. Mas aún de darle nombre. Ese nombre le daba identidad, y su identidad unos derechos porcinos que no agradaban a la Tata. Cuando llegaron al palacio Pataleta del condado de Chachipurri, Sentimiento lloró. Era un gemido inaudible, que solo Ceirume podía escuchar.

-Ay, mi Feeling, ay no llores, mi Feeling, que tás en tu casa ahora, mi amó.

Colocaron a Sentimiento en el trono de Piedramar, y le coronaron con la Visera Espinosa de Chachipurri. Ceirume, que debía actuar como Madame Castellón -su alter ego- en el palacio tocinisco de Mariano, dejó al pequeño feto y se largó de ahí con su madre. Sentimiento, incapaz de hablar o moverse, no pudo nombrar a sus caballerizos, guardianes y centinelas, protectores y lugartenientes. Ligamentoso, el suricato, tío del Capitán Obviedad e hijo bastardo de Tata Legaña, clon maligno de Tata Pestaña durante la época en la que a Cesar Barba le dio por experimentar con estas cosas, apareció de entre las sombras para besar la costra ennegrecida de Sentimiento y encender las antorchas, ya entrada la noche. Y Sentimiento quedó solo, en su sala del trono, sentado y silencioso, escudriñando la sala con sus ojos muertos. Las antorchas crepitaban, y de vez en cuando aparecían emisarios de Mariano, que sin reverenciarle, entraban en su virgen cámara del tesoro y le robaban ‘por impuestos’. A pesar de  todo, Sentimiento estaba feliz, no le importaba nada con tal de calentar aquel trono con su enfermizamente delgado y deforme trasero de gorrinillo a la miel.

Mientras tanto, en la sala magna de Mariano, el rollizo gobernante reía y gozaba viendo como un desnudo y peludito Henry Ford se vejaba a sí mismo con un látigo. Su vello corporal era aceitoso, abundante, canoso y rizado, y su cuerpo, delgado y esquelético, normalmente camuflado con sus trajes. En aquel momento solo llevaba unas braguitas de adolescente. Mientras se daba aquel bochornoso espectáculo, César se comía unos choricicos escondido detrás de unas columnas. Cuando solo quedaba medio, empezó a escuchar los gritos de Mariano.

-¿Dónde coño están mis chorizos? ¡Coño, los chorizos de padre, que me los ha traído del pueblo!

-¿Quién diantres es tu padre? Nunca me has hablado de él.

Mariano miró hacia el techo, y una lagrima cayó por su mejilla hinchada.

-Mi padre es Indolencio Serrano Molloso Méndez. Está moribundo y delira en su cama del poblao ande vive ahora mismo. Un día me contó que un bogavante gigante y aceitoso bajó del cielo y preñó a mi madre, Cacumencia Moroso. No sé yo, no sé yo. Me suda las pelotas lo que diga, solo me importa que me traiga los chorisicos tan sabrosos, pero algún hijo de puta me los ha quitado, coño. ¿No habrás sío tu?

César, intimidado, no supo qué decir. O sí.

-¡Fue el feto, malditas cosillas de la vida! Ese jodido Sentimiento, vi cómo se comía los chorizos de tu padre.

-Pero si no puede moverse, César, ¡no digas chorradas!

-Te lo juro por lo que más quiero.

-¿Me lo juras por el saurio retrasado?

-Coño, sí, Mariano.

Al día siguiente, Sentimiento se encontraba en mitad de la plaza de la justicia marbellí. Toda la población se había congregado ante aquella montaña de basura cárnica que era Mariano. Con su pequeño cetro dorado, su corona doblada y su capa sudada y ridículamente pequeña con respecto a su espalda granuda, se preparaba para ajusticiar a Sentimiento con todo el peso -mucho peso- de su poder. A su lado, arrastrándose por el suelo, se encontraba Henry Ford, atado a su trono y vistiendo las mismas bragas meadas del otro día. Le habían salido dos orejas de gato y acariciaba las varices enormes de Mariano. Sentimiento por su parte, estaba tirado en el suelo de una forma incómoda y excéntrica. Vestía unos pañales negros y una capa real que rodeaba su cuerpo.

-A ver marrano inútil, ¿te has comido mis choricicos?

Mariano, desde luego, iba al grano. Pero no hubo respuesta por parte de Sentimiento, no más que unos leves gemidos que no llegaron a los rechonchos oidos de Mariano.

-¡Me cago en la puta!

Sentimiento parecía querer hablar; parecía querer defenderse. No podía. Era incapaz, y también era consciente de ello. Su ojo muerto, blanquecino, viró sonoramente hacia la muchedumbre. Supo que allí se encontraba Tata Pestaña. La vieja japuta sonreía, aunque aun seguía preocupada por la ancestral maldición del día de nacimiento de Sentimiento. Quizás con su muerte se disiparía. O quizás no. Pero, ¿iba a morir Sentimiento?

-¿Qué hago con él, Henry Ford?

El gatusco empresario gimió guturalmente.

-Me gusta esta mascota. ¡Matad al puerco fetal!

Entonces, se escuchó un intenso gemido. Un gemido máximo. Un gemido gorrinesco. Pero algo exagerado. Incluso el propio Mariano tuvo que taparse los oídos. Desde lo alto de una torre cercana, una silueta bicéfala se erguía.

-¡Coño, Cerdo! ¡Mi Cerdo, joder! ¿¡Dónde coño estabas!? ¡Todos se habían olvidado de ti!

Mariano reía, mostrando sus piños negros, y toda su cebada barriga botaba con sus risotadas felices. La papada se le fundía como la arena de una duna. César, sudoroso y preocupado por si se acababa sabiendo la verdad, se acercó a Mariano para intentar susurrarle algo, quizás la confesión de sus crímenes. Henry Ford le arañó la cara y le rompió las gafas.

-¡Bah, déjate de chorradas, vamos a matar a este puerco!

La gente se tomó aquellas palabras como una confirmación. Todos cogieron una piedra del suelo arenoso y la lanzaron hacia Sentimiento, que lloraba por los sobacos y se le soltaba el estómago. Recibió mil pedradas en todo su pequeño cuerpecito, y de él no quedaron más que entrañas, vomito, mierda y mucha sangre resecosa. Tata Pestaña abandonó la plaza, sonriente, no sin antes advertir como el cerdo bicéfalo desaparecía de la azotea con gesto decepcionante. ¿Qué habría querido lograr con aquel chillido? Debería investigarlo.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por los sollozos de su hijo, Ceirume. Llegaba corriendo a la plaza, empujando a todo dios, desnudito y con un condón pegado al ojete. Tenía dos biberones atados a los pezones, y un esparadrapo en la rodilla derecha. Se agachó delante de Sentimiento, o lo que quedaba de él; aquel mejunje pringoso.

¡Ay mi Feeling! ¡¡Ay, ay, ay, ay!! ¡Ay que tan hecho puré, mi Feeling!
… ¡Ay!

3 comentarios:

  1. Dios, simplemente grandioso hasta el ultimo momento.

    "¿Me prestas un Sentimiento?" Gracias a esta frase he comenzado desde el principio con risas.

    Y la matanza del puerco, increible XDDD Me recuerda a la canción "comportamientoss atipicos" de Mamá Ladilla no sé por qué XD

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  2. Brutal, que escenario más asqueroso y surrealista, poco a poco se va asentando más esta "casi mitología" de la absurdez. Me he reido mucho poniéndole voz gallega a la Tata Pestaña, es toda una experiencia.

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  3. TÍTULO JERARQUIZADO xDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD SIMPLEMENTE ESA FRASE HACE SUBLIME ESTE CAPÍTULO.

    Ceirume lo mejor, vaya personaje

    Muy sentimental y emotivo el final del capítulo. Pobre Feelin'

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